sábado, 27 de marzo de 2010

Delhi, final

































Salimos del Fuerte Rojo, hacia la avenida Netaji Subhash. Era notable el caos de tránsito. Los ricksaws se amontonaban y disputaban el espacio con las motos y los moto-ricksaws. Haydée iba diciendo que qué terrible debía ser el esfuerzo de pedalear esos vehículos, cuando el guía se acercó a uno, en la isla en el centro de la calzada, y nos invitó a subir. Haydée se negó. El guía dijo que como quisiera, pero estaba contemplado en el tour. Así que subimos. Lo conducía un señor anciano y, ciertamente, le costaba mucho pedalear. Se erguía sobre los pedales para apoyar todo el peso en el esfuerzo. Luego de empantanarse en la calle Chandni Chowk se desvió, a contramano, por la avenida hasta un callejón lleno de tiendas y vendedores voceando (ver filmación) Allí fue reemplazado, para alivio del anciano y nuestro, por un muchacho más joven. La inmersión (esa es la palabra) en el loco tránsito indio, y sobre todo en el antiguo callejón, la calle principal de la antigua Delhi amurallada, fue una experiencia inenarrable. Algo se aprecia en las imágenes filmadas. El ricksaw nos condujo por entre autos, otros ricksaws, vendedores en carritos que son plataformas con cuatro ruedas de bicicleta (hemos visto empujar uno por una larga ruta suburbana), mujeres en sari, hombres, niños. Hay que decir, allí no había ninguna vaca. Quizás la cantidad de gente las espantara. La maraña de cables eléctricos y de conexiones como improvisadas es fenomenal, constituyendo casi un techo de telaraña sobre nosotros. En ricksaws iban toda clase de personas: mujeres en sari, jóvenes alegres, hombres comunes, trabajadores, y hasta alguno es utilizado como camioneta o vehículo de transporte. Dimos toda una vuelta y terminamos, por la calle Esplande, frente a la Mezquita Jama Masjid. Como siempre, la gente fue amable y siempre con buen humor, haciendo chistes en inglés, y algunos en español.

La imponente Mezquita Jama Masjid (Mezquita del Viernes) está, como muchos otros templos, en medio de la ciudad vieja de Delhi. Es una de las más grandes de la India. Se construyó entre 1644 y 1658. Debimos descalzarnos a la entrada. Fue el primero de los imponentes palacios adornados hasta lo inconcebible, abiertos, enfrentando grandes patios hambrientos de multitudes.

Salimos al ricksaw, y volvimos a donde dejamos el automóvil, junto a una boca de subterráneo casi irreconocible entre la maraña de puestos de venta y personas merodeando. Me hubiese gustado conocer cómo era el subterráneo de Delhi, pero no hubo oportunidad En el coche, siempre con Karen, partimos hacia la “tumba” de Gandhi.

Porque el Raj Ghat no es en realidad una tumba: los hindúes no las utilizan, todos sus muertos se queman. Es un recordatorio edificado en el sitio donde el Mahatma fue incinerado 31 de enero de 1948. Está en un amplio predio, donde hay otros recordatorios similares: el de Indira, el de su hijo asesinado, Rajiv, etc. El lugar es también abierto, un parque moderno, cuidado, y el monumento está rodeado por una especie de muralla a la que se puede ascender en rampa y moverse por encima. El primer encantador de serpientes estaba a la entrada. Por cierto, el monumento, el lugar, el recogimiento de todos, producía una enorme y misteriosa energía, que parecía palpable. También descalzos, dimos la vuelta al monolito, sobre una alfombra de plástico.

El hecho curioso es que unas chicas indias que andaban revoloteando, como turistas, riéndose por lo bajo mientras nos miraban, pidieron sacarse una foto con nosotros, y lo hicieron entre muchas risas y sonrisas Parece que éramos bichos raros, francamente alienígenas.

De allí el guía nos llevó al centro de Delhi, en un rincón al que se entraba entre dos paredones. En un costado había una especie de humilde centro comercial, una nube de vendedores vendiendo libros, elefantes, collares y kama-sutras en video (eso por lo bajo), y, en un ángulo, en restaurant donde comimos. No era mucho mejor que una pizzería de un barrio de Buenos Aires, y de hecho se complementaba con unas mesas improvisadas. Pero era limpio, y probamos el chicken tandori, sorprendiéndonos por la pequeñez de los pollos. No hay en la India –al menos en lo que vimos- pollos “industriales”, sino pollos criados en casas, lo que aquí, en Argentina, conocemos como “pollos de campo”. También pedimos pan, y nos trajeron esas tortas tipo tacos mejicanos o “tortas santiagueñas” argentinas, más finas. A nuestro lado había una mesa de indios o nepaleses, que comían con la mano derecha, y utilizaban esa torta para comer el arroz y una especie de guiso. Con mucha delicadeza, hay que decirlo. Luego limpiaron sus manos en un cuenco que les alcanzó el mozo. Del otro lado, había turistas españoles, norteamericanos e italianos. Aquí probamos el famoso “picante” indio que según la publicidad del turismo y los guías era “incomible para los occidentales”. Haydée pedía sin picante, siempre, y algo tenía de todos modos. Pero yo pedía lo más picante y realmente no encontré ese ardor que esperaba. Es cierto que estoy habituado a comer mucho picante a diario, por gusto personal. Pero aún cuando desafié en algún lado a los cocineros, no hubo un picante que me hiciese llorar, como una mostaza de Dijon que comprara hace unos años en París: lloraba de sólo abrir el frasco.

Por la tarde fuimos a visitar el Qutub Minar. Se trata del minarete “más alto del mundo”. Es realmente impresionante por su altura (72,5 metros), y su forma acanalada que me hizo acordar a los cohetes espaciales rusos. La decoración de las caras es muy hermosa. Está ubicada en un complejo en ruinas, que según el guía fue rescatado de la religión para permitir acceso al público (sobre todo al turismo, en fin) Se terminó en 1368. Pero antes de enfrentar el Qutub nos impresionó mucho una gigantesca mole circular que fue un minarete aún más grande, nunca construido. Se ha reservado un pequeño sector dedicado al culto. Recorrimos las ruinas de la mezquita que tiene arcos hermosamente tallados. En el centro está la Columna de Hierro, una gran columna que habrá servido de sostén al techo, y cuya característica es haber permanecido 1600 años en la intemperie, sin oxidarse en absoluto, como una demostración de la maestría alcanzada por los indios en las aleaciones metálicas. Estudios modernos parecen basar su longevidad en el recubrimiento. Fue construido en tiempos de Chandragupta II Vikramaditya (375–413).

De allí fuimos a la tumba de Humayun, una de tantas tumbas (lo puede decir uno al regreso, porque entonces nos impresionaban todas) en forma de palacio, en el centro de la cual permanece el ataúd del 1556. Fue la precursora el estilo del Taj Mahal. Luego nos trasladamos al templo Gurudwara, de la comunidad Shikh. Un gran espacio abierto, con un enorme templo blanco, sobre una altura. Mucha gente caminando, turistas extranjeros pero la mayoría hindú, casi todos descalzos, caminando sobre alfombras que una mujer mojaba constantemente. El guía nos condujo a una sala especial donde había varios señores de turbante (característica shikh), y donde nos sacamos los zapatos. El lugar tenía aire acondicionado, de modo que era un pequeño respiro en el mucho calor que se pasaba afuera. También nos colocaron pañuelos naranja en la cabeza, y mi señora tuvo que colocarse también una especie de túnica o sari. Así ascendimos al templo, hermoso. Prohibidas las fotos. A un costado una enorme pileta de agua sagrada, donde algunos se bañaban y otros remojaban los pies. En un kiosco de las mil y una noches vendían el agua sagrada.

Por los edificios públicos pasamos sólo con auto. No había mucho que ver: eran estilo inglés. Sí observamos el Palacio Presidencial, con una gran cúpula plateada, acebollada.

Por la misma avenida, Rajpath (Camino de los Reyes) fuimos hasta la Puerta de la India, hecha por el arquitecto Edwin Lutyens para conmemorar a los soldados indios que murieron en la Primera Guerra Mundial y las Guerras Afganas de 1919. En un arco de triunfo ligeramente oriental, de 42 metros de alto. A su lado hay un templo. No nos acercamos. En esos días China había invadido parte de la frontera norte, y pasaban camiones cargados de militares.

Se acabó el día. Había que levantarse temprano para viajar 50 Km hacia Jaipur. Esa noche pedimos un plato de arroz a la habitación, muy bien preparado, abundante, con un mozo de lujo. Lujo oriental, claro.

1 comentario:

  1. Que hermoso viaje y que lindas fotos. Gracias por compartir tus experiencias en la India

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