miércoles, 27 de agosto de 2014

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1CxD02-120   26 de agosto de 2014

El túnel

© Jorge Claudio Morhain

El primer síntoma lo sintió Chengo, el cuis, que reposaba tranquilamente en su mecedora, en su confortable casita, cuando el suelo tembló y se cayeron los recuerdos de su viaje al mar: un par de piñas (que en su pago no existían) y unas caparazones que debían de haber sido de los hermanos mayores de Saúl-Baba, el caracol, por su tamaño baño. No era nada que se hubiera movido la tierra. Le molestaba que también se hubiera caído la botellita con agua de mar, con lo que el recuerdo de esa agua de gusto tan raro terminó hecho una mancha en el piso de su casita.
Parrancho, el pato maicero, arrastrando los chiripaces, llegó muy enojado a la reunión que a la sombra del Tala de los Nidales Viejos, convocó Chengo, para tratar los movimientos de tierra. Es que Pedro el tero había estado gritando toda la noche porque el campo se había agitado justo debajo de sus huevos, y Prestotarda la tortuga había recibido un sacudón tan grande que estuvo pataleando panza arriba hasta que, de paso para la reunión, los vecinos la dieron vuelta.
– Para mí es la fin del mundo, ch’amigo –, dijo Parrancho.
– Son los escarabajos mineros. Yo los conocí en los pagos de la loma –, Ña Chacha, la chajasa, que titular de “Aerochajá”, el medio de transporte aéreo de los vecinos, era, por lo tanto, muy viajada.
– No, no – dijo el tero, mientras cabeceaba como diciendo “sí”. – Esto es algo mucho más grande.
  Un terremoto –arriesgó Rolona, la lechuza de las vizcacheras. Y pasó a explicar la teoría de las placas tectónicas.  El único que le prestaba atención era Zabal, el loro de la propaladora, que solía mandarse esos discursos serios a la hora de la siesta, que es cuando nadie lo escuchaba.
El coronel Chuña, que siempre estaba callado desde que fuera readmitido en el pago, finalmente hablo:
– Un atentado terrorista. O la preparación de un atentado.
Silencio en la reunión.
– ¿Y cómo sería eso? –preguntó Pedro el tero, asintiendo.
– Terrorista quiere decir que alguien quiere meternos miedo, ¿Pa qué, digo yo? ¡Pa qué meter miedo en esta población pacífica y sin conflictos sociales… digo yo? – Parrancho,  recogiendo los chiripaces.
El coronel Chuña sonrió para el costado, elevando su estatura.
– Por mi larga experiencia en el área militar, puedo hablar con propiedad.
– ¡Y bueno, hable, pues, caramba! – Carlín, el carau peluquero, era tranquilo. Así que para sacarse así debía estar muy, muy preocupado.
– Las fuerzas terroristas están escarbando debajo del poblado para ubicar armas de destrucción masiva…
– ¿Destrucción masiva? –varios al mismo tiempo.
– ¡Pero no le hagan caso, ve! ¡Ya tuvimos un problema con este señor, cuando quiso imponernos su mandato! ¡Anda buscando arriar piojos pa su piojera!
Pero ahí cesaron las conversaciones.
Porque el terreno tembló, se levantó, crujió como si un gigantesco gusano lo estuviera perforando, dejando una marca en el suelo que iba derechito, derechito, al Tala de los Nidales Viejos, y entonces…
– ¡Ay! (se escuchó un grito sordo, lejano, como si viniese de las entrañas de la tierra)
EL Tala de los nidales viejos tembló en su conjunto y sacudió todas sus ramas, como si estuviera a punto de caerse. Una lluvia de plumas y de cáscaras de huevos ya empollados cayó sobre la concurrencia, al tiempo que la tierra se arrugaba junto al tronco machazo, y se iba cayendo hacia afuera como si…
Como si una excavadora estuviera removiendo debajo y fuera a salir…
¡Y salió!
En medio de la reunión (bueno, al costado, en contra del árbol) se abrió el piso, y asomó una cabeza, mirando a todos lados, como desconcertada. Todos dieron un paso atrás, y el ser del agujero volvió a meterse abajo, rápidamente:
–¡ Mucha luz! –, dijo.
– ¡Terrorista! – Chuña habló con autosuficiencia.
– ¡Pero no! ¡Es mi primo el Pichi Cato, hombre! ¡Cómo ha crecido el gurisito este! ­–  Manocorta, la mulita, se abrió paso entre la multitud y se asomó al agujero. – ¡Eh, Cato! ¡Salga, hombre! ¡Soy Manocorta, su prima alejada!
Por la boca del pozo asomó de nuevo la cabecita, pero ahora con unos enormes anteojos negros.
– Ah… –, dijo, y recorrió lentamente el corro, mirando atentamente a todos. – ¡Buenos días!
– ¡Buenos días! –, contestaron todos educadamente.
– ¡Terrorista! –, dijo Chuña, y Alba, la garza, no pudo más y le propinó un picotazo. Pancho, el carancho comisario, los apartó, pero conminó al coronel:
– ¡Terminelá, mi coronel, o viá mandarlo al ostracismo, y no me refiero a las almejas del arroyo!
– Perdone, parece que erré el cálculo y vine a salir por zona habitada – dijo Cato, el pichiciego. Estoy preparando el túnel para la comunicación subterránea de las poblaciones. Me presento: Ingeniero Pichi Cato, para servirlos…
Un unánime suspiro de alivio conmovió al Tala de los Nidales Viejos. Todos, uno detrás de otro, fue a saludar al ingeniero Cato, que estiraba la mano esperando que alguie se la estrechara, porque ver, no veía.
– Visto el avance de las ciencias y la posibilidad de ampliar la oferta turística del pago, propongo una excursión al túnel, si el ingeniero Cato no se opone – Rolona, que vivía en una vizcachera abandonada, era casi tan experta en túneles como Cato o su prima Manocorta.
Así que, con el mate a cuestas y unas buenas tortas fritas que cocinara Ña Chacha, todo el poblado de Chengo se fue a pasear por los túneles nuevecitos, para orgullo de Pichi Cato, que –allá abajo– veía mejor que un gato montés de noche, mire lo que le digo.




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