lunes, 6 de octubre de 2014

C770 1CxD02 144

C770 1CxD02 144 (6 de octubre de 2014)

Ruta Mojada

(c) Jorge Claudio Morhain

Lo peor es que se puso a llorar.
Un tipo que te llore, que te empiece a pucherear y que después, con ojos de ternero degollado, llore y llore mansa y silenciosamente delante tuyo, te da mala espina. Por lo menos, es puto. Y uno no sabe si va a tirarse encima de uno, o si te va a pedir plata.
Yo agarré mi vaso y mi medio sándwich y me empecé a levantar, para no abochornarlo, para no meterme en lo que no me importa, para no hacer el papel de estúpido comiendo tranquilamente mientras el otro te llora.
Pero me puso la mano en el brazo, y me dijo “quédese…”
Y se quedó llorando, mirándome, los ojos licuados, los mocos chorreándole. Mastiqué un bocado, y tomé –del frasco– un trago de Coca.
“¿Quiere contarme algo…?”. Dije por fin, más incómodo que engripado en un velorio.
Esperé con la mandíbula quieta, respetando la confidencia que parecía venirse. Pero no vino. Y seguí comiendo. Yo tenía hambre, qué carajo, y apenas aflojara un poco el sol habría que seguir manejando.
“Son iguales…”, dijo de repente.
“¿Mh…?”, contesté, ya sin mucho interés en sus lágrimas.
“Son iguales, don. Son iguales”.
“Puta madre, amigo. No sé qué mierda le pasa, pero no me gusta que me llore porque sí. No es de hombres, ¿me entiende? Y en el camino los chimentos corren rápido…”
Paró de llorar. Ahora era él el que no entendía.
“Está bien, don. Son iguales. ¿Qué mierda son iguales?”, dije.
“Ella. Ella y Marina. Son iguales, amigo. Iguales.”
Giré un poco la cabeza para ver lo que señalaba el llorón. El local estaba medio vaciongo, porque no era hora de comer, todavía. Apenas cuatro camioneros, demorados por alguna causa, como yo, y, en el fondo, hacia el ventanal que daba a la ruta, la piba. Una linda piba, en los veinte, rubiecita, modosa, de carita triste y pinta de pensar. Porque hay gente que tiene cara de pensar, gente que tiene cara de charlarse todo, y gente que tiene cara de joder al prójimo. Y unas veinte más, uno mpieza a junarlas tanto andar en la calle.
“¿Ella? ¿Sabe quién es ella?”
“No, no sé. Pero es igual. Igual, igual, igual. Igual a Marina.”
“Bueno, don. Hay mucho sol para manejar ahora, y falta poco para el almuerzo. Ya que estamos, mientras escucho la historia de Marina, reservamos la mesa. No sabe el kilombo que es esto a la hora de...”
¿Vieron ese gargajo de congoja de uno que no aguanta más de contener el llanto y se le escapa, medio grito y medio desinfle? Bueno, la gente se dio vuelta para mirarlo. También la Igual a Marina. Y  se sonreía un poco, al otro lado del bar.
“Marina... era lo único que tenía en este mundo, amigo...”
“Llamame Pedro. Y decime tu nombre, o te voy a conocer por ‘Llorón”.
Se cortó el llanto, un momento. Me miró a tavés de la catarata de lágrimas, como quien te mira del otro lado de un salto de agua. No sé qué vio. Pero me contó.
“Vélez”, dijo.
Ah. Era Vélez.

Gente de Ramallo.  Productores. Vélez  tenía un campito, le iba bien, sembraba, cosechaba, ganaba unos mangos, compró un camioncito.
También tenía una esposa, dijo, a la que quería con el alma. Les había costado mucho esfuerzo y dinero que finalmente pariera una hija. Una hija hermosa como un sol, Marina.
Pero seguramente por los tratmientos para quedar, su cuerpito se fue pudriendo y terminó muriéndose, una tarde en decadencia. Y Vélez se quedó solo. Solo, en el mundo, con Marina, que ya no tenía ni teta para tomar. Vélez fue padre y madre y capataz y peón y distribuidor y contador y salieron adelante. Marina creció, Vélez envejeció. Marina estudió. Vélez la siguió, como una sombra.
"Pero... pecamos, Pedro. Pecamos..."
"Pecaron..."
"Yo estaba solo, muy solo", siguió. "Y ella también. ¿Me entiende? Primero fui un padre y su nena, después un padre y su niña. Pero cuando la niña fue mujer... yo fui un hombre. ¿Me entiende...?"
"Carajo si entiendo", pensé. Pero sólo asentí.
"Y eso fue la maldición, Pedro. Esa fue la maldición. El campito se vino a menos. Me lo alquilaron para soja. Hicieron unos papeles con los que terminaron sacándomelo. Solamente me quedó el rancho y el camión. Empecé a salir a la ruta. y Marina me acompañaba. A lo mejor usted alguna vez nos vio..."
"No. No los ví. Siga."
"A Marina la aplastó el camión. Mi camión. Se tomó venganza, digamos. Marina andaba corriendo un gatito, en una estación de servicio. Y no la ví. No la ví..."
Ahí volvió a llorar. Le palmeé la espalda, con fuerza, pero él negaba con la cabeza.
"Pero ahora ha vuelto, ¿la ve? Es ella. Es ella. Mírela. ¿No ve que es ella...?"
Miré hacia el lado del ventanal. No había nadie. Solamente quedaba un vaso y una coca vacía.
"No está, Vélez."
"¿No está, no? Seguro ha salido a la ruta. Usted conoce las historias, ¿no?. La muerta que hace señas a los camioneros para ..."
Me cansó. Le volví a palmear la espalda, y me levanté.
"Chau, Vélez. Hasta otra. Y deje de llorar, carajo...", le dije.
Salí al aire fresco.
Mi camión había queado al amparo de unos eucaliptus. ¡Vélez, carajo, y la mierda! Nunca creí llegar a conocerlo. Y ahora, me daba cosa, me rasguñaba las tripas.
Marina me estaba esperando, y el mate estaba caliente.
Salimos a la 32, tocando bocina. A lo mejor la había aplastado en serio. A lo mejor Marina estaba muerta.
Ricos mates para un muerto.
A lo mejor en cualquier momento...
Y, encima de todo, la ruta estaba mojada. Mojada por las lágrimas de Vélez.

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