viernes, 7 de noviembre de 2014

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C787     1cxD02- 160     (7 de noviembre de 2014)

Encuentros en el 60

© Jorge Claudio Morhain

La primera vez me pareció una vieja. Una vieja astrosa, pobre, famélica, indecente, con una mirada extraviada que parecía quejarse de todo lo que los demás ostentaban, ya fuese galletitas, caramelos o simplemente cachetes rollizos. Viajaba en el 60, agarrada –colgada– del pasamano, y me daba la triste impresión de una media res vieja y reseca, colgada de un riel de carnicería, sin nadie que la compre.
La primera vez eché mano al perfume, que es como mi burbuja. Cuando algo me ataca me envuelvo en una nubecita de perfume de Carolina Herrera, y todo pasa.
No sé dónde subió ni dónde bajó. Era de mañana, cuando yo iba al trabajo.
La segunda vez fue de vuelta del trabajo, casi a la hora de la siesta, y ya no estaba tan vieja, ni tan arrugada, ni tan hambrienta. Pero era ella. Nadie tenía esa mirada tan ávida y desafiante. Tampoco viajaba parada: estaba sentada en el último asiento del medio, en la altura, y desde allí parecía la Soberana de un país de súbditos despreciables.
No usé el perfume. Usé al Anne Rice, mi tremendo libraco, y eso me impidió, nuevamente, saber dónde subía o dónde bajaba.
Pero a la tercera, la vencida, según dicen, el micro se rompió, entrando la noche. Bajamos todos. Un muchacho lleno de vida (y esperanza), un señor gordito de colita, una secretaria enfundada en cualquier cosa que pareciera una funda, y… la vieja. Que ya no era una vieja. Ahora parecía una ama de casa gastada, con profundas arrugas y marcas de la vida. Su mirada soberbia estaba como resignada, como si hubiera bajado la guardia. Y justo a mí, vino a hablarme.
– ¡Qué cosa!
– Mmh. Sí.
– Cada vez peor. Este gobierno no da para más.
– Perdón… ¿Por qué el gobierno…? –yo sé que no debo preguntar eso, porque es la llave para desatar una verborrea llena de slogans y lugares comunes. Pero no…
– Vas a llegar tarde a tu casa –, me dijo.
– No, no voy a mi casa. Pero no importa. Igual voy a llegar tarde.
– Yo ya estoy atrasada. Años atrasada.
La miré inquisitiva.
– Es muy difícil conseguir mi tipo de sangre… – me dijo, a modo de explicación.
– Tiene que hacerse transfusiones… – quise aclarar.
– Más o menos.
– Yo soy O RH positivo, creo que es el grupo más común.
– Sí, ya me di cuenta. Yo soy AB, RH negativo.
– Ay, yo tengo ese grupo… – exclamó el muchacho lleno de vida y esperanza.
A la vieja –ama de casa gastada– se le iluminaron los ojitos. Desde ese momento dejó de darme bola y se encariñó con el mino. El colectivero, que andaba suelto y con ganas de ligar, se prendió conmigo. Me contó la historia del micro, de la empresa y de la soledad que significa manejar todo el día solo, y en eso llegó el auxilio y me lo sacó de encima. Enseguida llegó otro 60, y nos fuimos. Lo único que me interesaba era encontrarme con Roberto, así que de ahí en más tengo una laguna.
Los otros días volví a verla. Ya no era una ama de cada gastada, con suerte era un ama d casa. Pero una de esas amas de casa que se cuidan como si un día viniera Bazán a hacerles una nota o Tinelli a hacerles un casting. No me conoció. Yo, apenas. No hay, pensé yo, como una buena cama para levantar a una mina.
Porque sería eso, me imagino.


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